Aurelio “Lelo” Aguirre

Lelo Aguirre y Pirincho Cárcamo

Parece que Aurelio “Lelo” Aguirre murió hoy, 23 de noviembre de 2009. Quizás en Oslo. En la foto a la derecha, con Pirincho, probablemente en 1971 (por el cuello de la camisa).

Un recorte de prensa del domingo 25 de enero de este año sobre “El regio rock de puerto” en El Mercurio, le menciona.

“Fue en el puerto, en la segunda mitad de los ’50, donde “surgieron los pioneros rocanroleros chilenos, con nombres tan resonantes como Harry Shaw y los Truenos, o William Reb y los Rock Kings”, ilustra David Ponce en su libro “Prueba de Sonido”. El contundente libro de Ponce es una guía rockera que arranca con la hebra porteña, que se hunde y reflota a ratos, pero nunca desaparece. Ponce hace el salvataje de una historia poco escrita, de fuentes escasas, porque el rockero de puerto es de tradición oral y poco documento escrito.

La vía oral ha sobrevivido gracias a la memoria de locutores radiales y Djs como Manuel Davagnino y el incombustible Sergio ‘Pirincho’ Cárcamo, o como Aurelio ‘Lelo’ Aguirre, retirado de las pistas y del país por fuerza mayor en 1976. Aguirre actualmente vive en Noruega y viene al puerto de vacaciones. Aquí se le ubica en la barra del Pub “La vida en verde”, un lugar consagrado a Wanderers frente al Cinzano. Flaco, ronco/estéreo, bigote y ojos al estilo Vincent Price, ‘Lelo’ Aguirre sentencia: “La importancia de Valparaíso en el rock se debe a que los padres marineros les traían los discos a sus hijos de fuera. Tan simple como eso”. Los discos llegaban del mismo modo que los jabones importados, pero con efectos mayores en los hábitos de esparcimiento del puerto dado a la jarana. El rock se coló en el repertorio de las regias orquestas bailables y luego comenzó a ser cultivado en versiones calcadas a las del hemisferio norte, en estilo y costumbre. “El primer programa que tuve se llamaba ‘Rock, Marihuana y algo más’, en la Radio Valparaíso. Me echaron al poco tiempo. De ahí me fui a la Radio Valentín Letelier con Pirincho Cárcamo”. Era a fines de los ’60 y se estaba viviendo rápidamente la transición de las imitaciones nativas (versiones locales de Bill Haley) a los estilos propios pasados por Psicodelia y acercándose a la raíz amerindia. Un proceso que vivieron desde Los Sicodélicos a los Mac’s -intérpretes de “La muerte de mi hermano”, considerada la primera canción protesta chilena- y que se sintetiza en el cambio de High Bass a Jaivas. La banda -más viñamarina que porteña- comenzó como un grupo de entretenimiento fiestero “el favorito de las kermeses”, comenta Aguirre, indicando a la vez un circuito familiar, universitario, diferente del boliche puro y duro. El locutor postula que el giro latinoamericanista se debe a un viaje del Gato Alquinta por el continente. Lo mismo que el Che Guevara, el Gato se fascinó, y todo cambió. “Ahí aparecieron otros Jaivas con la historia de El Volantín (como se conoce el primer álbum de 1971). Aurelio Aguirre también tuvo su viaje por el continente: “En Brasil descubrí la pobreza que también había aquí, pero que no veía porque uno rara vez iba a los cerros”.

En los cerros había Quintas de Recreo, y en las Quintas las refulgentes chaquetas de los Blue Splendor marcaban el ritmo, y lo siguen marcando desde 1962. Aun más hoy, cuando están transformados en estrellas del under/ondero santiaguino gracias al documental ganador del Festival InEdit, que cuenta su historia. Manuel González, director del documental, los vio por primera vez a los 10 años en una fiesta en la Caleta Portales. Hoy González tiene 28: “Quería tener una imagen de ellos, porque no había. Mucha gente pensaba que ya no existían”. Los Blue Splendor han inspirado a grupos actuales como los Sonora de Llegar, una banda de influencia variada -“ska, punk, rockabilly”, según orientan-, que hizo un cover del twist “Amazona”.

El rockero porteño usa la expresión Indie. Un término prestado de la jerga británica que en su origen se refiere a aquellos artistas que no pertenecen a los grandes sellos; o sea, independientes. En rigor, eso no tiene sentido en Chile, donde no hay grandes sellos grabándole discos a nadie, pero funciona como metáfora de una escena en la que mantenerse. Grabar, difundirse y perdurar dependen de la voluntad propia. René Cevasco, periodista, porteño, melómano, comenzó a tomar contacto en la escena indie a fines de los ’80, cuando “pese a la precariedad se generó algo parecido a un movimiento”.

Cevasco recuerda que en la primera mitad de los ’90 no había locales, que las tocatas de grupos como La Floripondio se hacían principalmente en sedes vecinales y sindicatos. “Sólo después aparecen locales y se ponen de moda zonas como la Subida Ecuador, que al final se puso tan de moda, que la mataron”. Para él, lo que el público busca en el puerto es carrete, sobre todo si es gratis. “Valparaíso se farreó la posibilidad de un movimiento en 2003, cuando se editaron 30 discos en la zona”, se lamenta Cevasco, que mantiene un programa de música en la Radio Valentín Letelier. Todo parece indicar que el porteño es rockero cuando la entrada es liberada. Al menos eso se desprende del testimonio de Daniel Hidalgo, profesor de castellano, columnista de rock y parte de la banda “Matilde Calavera”: “El gran problema acá es la falta de un público consumidor del producto rockero de la región. Es patético ir a ver una banda y darte cuenta de que aparte de ti, hay seis o siete personas más”. Porfía, testarudez o resiliencia, la atracción rockera del puerto persiste; incluso expande su radio de acción a las ciudades dormitorio, como Villa Alemana, donde partió Sonora de Llegar. Mauricio Miño, uno de sus integrantes, cree que este fenómeno es la respuesta a una vida “muchas veces chata” de las ciudades del interior. El rock como jolgorio autogestionado, para darle un poco de vida a un escenario que si se aquietara podría terminar desbarrancándose cerro abajo.”

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