Juan Luis Martínez

Yo no conocí a Juan Luis. El me conoció, y profundamente. Aún mucho antes de que habláramos, acto completamente innecesario.

Nunca fue un santo, en el sentido escolar, fue todo lo contrario. Había recorrido los altos y bajos fondos tanto del mundo como del alma. Vivía y transmitía esa enorme paz que le producía la tortura constante por las incógnitas que jamás le serían develadas.

¿Su libro más querido? “El Monte Análogo”

Conocía bien a los policías, a los antipolicías y a los delincuentes. Le tenían miedo.

Y no es para menos porque el temple de Juan Luis se ha visto pocas veces. Recorría el burgo con el desplante del comerciante que sabe que al interior de los muros no hay nada para él. Ni siquiera dinero, ni recompensa ni reconocimiento.

También era el terror de las librerías, y de los estantes de los amigos, porque en su clara concepción del mundo todos los libros le pertenecían: él sólo los recuperaba para si.

Sin embargo lo más abismante de Juan Luis era su clara concepción de la amistad. Para él la amistad se fundaba en dos actos: gozar observando a los amigos, como quién observa una obra de arte siempre sorprendente, y decir siempre, muy escuetamente, lo inmediatamente necesario, la verdad que para cada uno era indispensable.

Una gran mayoría cree que en su “Nueva Novela” aparece tachando su nombre: Juan Luis Martínez. Pero se equivocan. Era sólo que él sabía que su nombre merecía una línea, pero no iba a ser él el primero en subrayarlo: Juan Luis Martínez.

Miércoles, Mayo 21, 2003 13:00

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